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Pandemias víricas: de la COVID-19 al virus del racismo | Boletín NosOtras

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Antonio J. Ramírez Melgarejo. Doctor en Sociología. Técnico proyecto ERES PARTE. Dirección Adjunta de Estrategias de Comunicación y Sensibilización-RRPP. Fundación Cepaim

Alicia López Elvira. Técnica de proyecto NOS-OTRAS del Área de Interculturalidad y Desarrollo Comunitario. Fundación Cepaim.

La forma más sencilla y peligrosa de buscar certidumbres es dar respuestas sencillas a problemas complejos. Y la respuesta más sencilla (y más cobarde) es culpabilizar al más débil, responsabilizarle. Esta pandemia parece haber sacado a relucir algunas de las características más positivas de la sociedad organizada, como la colaboración; la empatía; la solidaridad entre necesitados; el apoyo y el reconocimiento de los demás. Pero también está desencadenando otra pandemia de incierto recorrido pero que es muy dañina para la sociedad porque hace temblar los cimientos sobre los que se construye nuestra convivencia: la pandemia de odio al diferente.

Los ciclos de crisis son terremotos sociales que fracturan la vida en comunidad. Dos grandes crisis globales han golpeado al mundo en el transcurso de unos pocos años. En 2008 estalló una virulenta crisis económica que profundizó y aumentó las desigualdades sociales. La parte del organismo social más débil y discriminada, aquellas personas que tenían una posición más vulnerable, sufrieron las peores consecuencias en forma de despidos y desahucios. Es decir, perdieron trabajos y viviendas que son los dos recursos fundamentales para tratar de construir una vida digna.

El mes de marzo del año 2020 no solo trajo el previsible estallido primaveral de flores.  De forma imprevista nos asaltó una pandemia mundial sanitaria, con la que aún estamos aprendiendo a convivir. La diferencia entre ambas crisis es que en 2008 se priorizó la economía y en 2020 la salud. Los cambios de prioridades se debieron a las urgencias, y es que mientras que el virus de la desigualdad, el desempleo y la precariedad mata lentamente, el coronavirus es rápido y letal, asusta, mientras que parece que una parte de la sociedad se ha (mal)acostumbrado y ha naturalizado la desigualdad como consustancial a nuestras sociedades, cuando es un problema político y social que puede y debe abordarse. El punto en común entre ambas crisis es que los colectivos y las clases sociales más desfavorecidas o vulnerables sufren más el impacto negativo en sus vidas.

Según la Real Academia de la Lengua, confinar es el acto de recluir algo o alguien dentro de unos límites. Para tratar de atajar el contagio masivo, el gobierno ordenó el confinamiento de la población en nuestras casas.  La desobediencia a la norma se castigaba con multas. Solo se podía salir a la calle en determinadas circunstancias muy concretas. Pero ¿qué pasaba con aquellas personas que no tienen casa? En efecto, la crisis sanitaria ha vuelto a poner de manifiesto cuáles son las duras condiciones de vida que soporta una parte importante de nuestra sociedad, especialmente en materia laboral y residencial.

Desde Fundación Cepaim trabajamos hace años por la cohesión social y la inserción social de las personas migrantes, desde aquí se puso en marcha una campaña bajo el lema #sincasacovid19 en la que se produjo una serie de vídeos con diferentes personalidades que trataban de crear conciencia social en este sentido. Estos pueden ser visitados en las redes sociales de la Fundación.

URL de Video remoto

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web Biblio InvisibilidadMujersSinHogar Cepaim

Otro importante ejemplo fue la investigación "Rompiendo con la invisibilidad de las mujeres sin hogar". Esta investigación aborda la realidad de los asentamientos chabolistas desde una perspectiva de género. Destacando otro aspecto social que preocupa: las desigualdades de género y la posición de vulnerabilidad de las mujeres.

Trabajos sanitarios y primarios. Reconocimiento y desconocimiento

El trabajo es una actividad intrínseca al ser humano. Cuando el trabajo es remunerado por un salario y regulado por un contrato hablamos entonces de empleo o de trabajo productivo.

En materia de empleo existen profesiones fundamentales para el sostenimiento de la vida.  En un primer bloque destacamos los empleos en el sector primario. Esto es, aquellos trabajos que hacen posible que nos alimentemos, entre los que destacan la producción y distribución de alimentos donde, por ejemplo el trabajo agrícola, desempeñan una labor fundamental. Estos empleos suelen ser los más precarios, con peores condiciones laborales que están desempeñados mayoritariamente por la clase trabajadora. El segundo tipo de empleos necesarios para la vida, son los sanitarios y el cuidado de otras personas, que son desempeñados por un amplio espectro de personas, desde más cualificadas (en el sector sanitario) a menos cualificadas (cuidado de personas mayores o menores, por ejemplo y que, en su mayoría, están ejecutados por mujeres).

Todos aquellos trabajos que no son remunerados por un salario son sistemáticamente olvidados. Son los denominados trabajos reproductivos, que son aquellas tareas que hacen posible la reproducción de la vida, es decir, aquellas tareas que realizamos en el hogar para estar alimentados, descansados y con salud para poder realizar los trabajos remunerados. Este trabajo reproductivo, central para la vida, ha sido históricamente realizado por las mujeres. Son trabajos que no han sido debidamente valorizados a pesar de ser indispensables para la vida, lo que conlleva que el trabajo en el hogar, que mayoritariamente hacen las mujeres, no haya tenido, hasta el momento el reconocimiento que debiera tener.

En definitiva, las mujeres son fundamentales para el sostenimiento de la vida pero su posición social es vulnerable y sometida a un orden que prima la producción de economía a la reproducción de la vida. Por eso no son (sois) reconocidas con justicia como el eje sobre el que pivota la vida.

En los momentos más duros del estado de alarma, cuando se prohibieron las actividades económicas que no eran esenciales, también descubrimos que no solo el personal sanitario era imprescindible para la vida. Descubrimos con cierto estupor que sin aquellos migrantes que cada mañana iban a trabajar el campo no hubiéramos tenido frutas ni verduras en nuestras mesas, que sin el trabajo incansable de panaderos hubiera escaseado el pan, sin transportistas no hubieran llegado a casa todas esas mercancías que compramos por internet y que sin cajeras/os no hubiéramos podido llevar a casa la cesta de la compra.  Descubrimos que la clase trabajadora, migrantes incluidos/as, estaban ahí para hacer posible que siguiéramos con nuestras vidas confinadas. La masa trabajadora prescindible e invisible en la crisis de 2008, desde un punto de vista económico, ha demostrado ser esencial desde un punto de vista social y vital en 2020. Ha hecho falta una crisis sanitaria para hacer visible lo evidente: que sin vida no hay trabajo.

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MolinaDeAragón 6 reivindicacionCuidadoras abril2019

A modo de cierre…

En definitiva, las crisis golpean con más virulencia a los colectivos más vulnerables, entre ellos destacan las personas migrantes y las mujeres. La desigualdad a la hora de sufrir las consecuencias negativas no es una cuestión de nacionalidad, sino que está relacionada con la clase social, el género y la etnia. El virus no ataca a todas por igual.  La desigualdad social es central en la forma en la que se propaga.

En el momento de escribir este artículo (octubre de 2020) es todavía una crisis eminentemente sanitaria, pero todo apunta a que tendrá a corto plazo consecuencias económicas y sociales graves. Desde casi el comienzo de la pandemia se están pergeñando hipótesis y teorías de todo tipo que dibujan escenarios futuros, sin saber a ciencia cierta qué ocurrirá.  Nos manejamos en un escenario de incertidumbre y preocupación. Precisamente, el maridaje de estas tres cuestiones, crisis económica, salud pública e incertidumbre están en la base de la creciente tensión social que vivimos que afecta principalmente a los colectivos más vulnerables. Miedos e incertidumbres actúan como motor del odio en estos tiempos inciertos. Las políticas de control sanitario, las muertes, el miedo al contagio, el dolor… generan un clima social propicio para el conflicto. La población necesita respuestas que den cierta certidumbre, poder planificar y proyectar nuestras vidas que es una característica intrínseca a la humanidad.

La forma más sencilla y peligrosa de buscar certidumbres es dar respuestas sencillas a problemas complejos. Y la respuesta más sencilla (y más cobarde) es culpabilizar al más débil, responsabilizarle. Esta pandemia parece haber sacado a relucir algunas de las características más positivas de la sociedad organizada, como la colaboración; la empatía; la solidaridad entre necesitados; el apoyo y el reconocimiento de los demás. Pero también está desencadenando otra pandemia de incierto recorrido pero que es muy dañina para la sociedad porque hace temblar los cimientos sobre los que se construye nuestra convivencia: la pandemia de odio al diferente, que adopta muchas formas igual de deleznables: el odio al rival político, al inmigrante, a las mujeres, a…  esta culpabilización racista comenzó cuando se denominó al coronavirus como “el virus chino” (frase que aún utiliza el ínclito Trump) que fue evolucionando hasta el “virus de las pateras” y la culpabilización de los migrantes africanos que trataban de llegar a las costas mediterráneas, cuando en realidad su incidencia ha sido totalmente anecdótica.  Es un error y un peligro social tratar de identificar un virus invisible con rasgos visibles de un colectivo social concreto.

Para luchar contra el discurso del odio y la xenofobia, Fundación Cepaim ha puesto en marcha el proyecto Desactiva,financiado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 a través de las aportaciones del IRPF. Se trata de una estrategia de sensibilización contra el racismo dirigida a la población en general, a redes sociales y a medios de comunicación, como agentes destacados en la difusión de este tipo de mensajes.

En definitiva, las consecuencias más negativas de la crisis en el ámbito de la vivienda (como los desahucios, la infravivienda, las dificultades para el arrendamiento) del trabajo (desempleo, precariedad, Expediente de Regulación Temporal de Empleo…) económicas (pérdida de valor adquisitivo, incertidumbre, desigualdad, pobreza) y sociales (miedos, tensiones, culpabilización) afectan en mayor grado y de manera más contundente, como hemos venido defiendo en este artículo, a las clases sociales más desfavorecidas, principalmente a inmigrantes y mujeres, y qué decir cuando eres ambas...

Ante esta situación tan difícil, crear, mantener y fortalecer espacios de convivencia en los que la gente pueda contarse sus dificultades, reconocerse en los problemas de los demás y establecer vínculos de confianza, son fundamentales a la hora de afrontar lo más unidas posible el hecho de que nuestro mundo ha cambiado a peor, pero que ya era muy duro para mucha gente.  La necesidad de protegerse del virus no es solo sanitaria porque el virus también es social.  La mejor protección es unirse y tratar de construir una sociedad lo más cohesionada y fuerte posible, que dé lo mejor de sí para hacer frente a las crisis en positivo, tratando de evitar las potenciales convulsiones sociales que algunos agentes sociales con pocos escrúpulos están dispuestos a explotar en su propio beneficio electoral. En este contexto, los grupos motores del proyecto Nos-Otras son el germen de esa sociedad mejor que queremos construir entre todas. Además, desde este proyecto se pretende fortalecer el protagonismo de las mujeres inmigrantes participantes en el tejido social, fomentando su participación, empoderamiento, capacitación y liderazgo, a través de reuniones, sesiones formativas, talleres y otras actividades interculturales que dan lugar a espacios de encuentro para la adquisición de habilidades y conocimientos que visibilicen su labor social o ayuden a fomentarlo.

Por todo ello, desde Fundación Cepaim, con Proyectos como el Nos-Otras, el Desactiva, el ERES PARTE y sus muchas investigaciones sociales, luchamos contra la propagación de ese virus racista, xenófobo y misógino que pretende acabar con la labor de cohesión y convivencia social que la Fundación desempeña desde hace más de 25 años.

Este artículo forma parte del Boletín NosOtras Participamos 3 del Programa NOS-OTRAS Fomento de la participación, empoderamiento, capacitación y liderazgo de las mujeres inmigrantes. Financiado por el Fondo de Asilo, Migración e Integración a través del Ministerio de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social – Dirección General de Inclusión y Atención Humanitaria.

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