El Teatro Romea de Murcia acogió el 22 de junio el inicio de la gira “Olas sin nombre” del grupo los Parrandboleros, con la vocación de apoyar la labor de Fundación Cepaim. Este periplo solidario viajará hacia un mundo mejor donde yo, tú, él, ella, nosotras, vosotras y ellas seamos refugio.
Patricia Azorín Ortuño
Con la primera tarde de verano, la plaza del Teatro Romea acogió a todas las personas que disfrutaríamos de la presentación de “Olas sin nombre”. Entrar al teatro es como un ritual, ese color rojo terciopelo que invita a la fuerza y a la seducción del espectáculo; las personas nos vamos sentando en nuestros correspondientes asientos y ¡de repente!, el silencio da paso al arte, a la comunicación, a las emociones, a la conexión y a la empatía.
Y así, con conciencia, llegó la música. El grupo los Parrandboleros subió a las tablas del teatro con sus aires cubanos y a huerta murciana, y escuchamos las canciones que hablan de libertad, de amarnos, de saborear y celebrar la vida.
Recuerdo que en una de las primeras canciones vino a mi mente una frase de la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui, que me repito a menudo: “Mirando al pasado para caminar por el presente y el futuro (qhip nayr uñtasis sarnaqapxañani”. Si me ciño al hecho que les estoy contando, el concierto “Olas sin nombre” es el presente, la celebración de un proyecto que se pone en marcha. El pasado es la historia, los hechos que provocan que haya una crisis humanitaria, personas sin “pasaporte” de libertad. Y el futuro es el sueño de una cultura de la paz, de un mundo mejor.
A mitad del concierto llegó uno de los momentos más emotivos, con la canción que da nombre al proyecto solidario: “Olas sin nombre”. Una letra creada con acordes de justicia y alma de Cooper-acción, que invita a la reflexión. Olas sin nombre es un espejo de la sociedad, donde nos encontramos verjas visibles e invisibles que truncan sueños de libertad, y también nos habla de la generosidad del corazón que no tiene fronteras. El estribillo de la canción versa:
“Que tu mirada nunca sea una verja. Ni tu palabra una señal de stop. No uses tu mano pa atrancar la puerta, sin abrazo muere el corazón. No encierres tu vida en una botella. Ni pongas nombre a las olas del mar, todos soñamos tener una de ellas, Verás que así no nos van a faltar. Si la soñamos, no nos van a faltar”.
Mientras los Parrandboleros interpretaban Olas sin nombre, el telón de fondo era el videoclip creado para visibilizar la realidad de las personas refugiadas, la necesidad de salir de sus países y proteger sus vidas, sus corazones y sus familias. El vídeo narra la historia de una mujer, ella está en una playa – que puede ubicarse en cualquier lugar-, y baila en la arena. Sabemos que era una niña cuando tuvo que partir de su ciudad natal, cruzar el mar, andar cientos de kilómetros o subirse a trenes con un destino incierto. Ahora esa mujer ha encontrado una red de personas, como una gran familia, para que parte de su corazón también se sienta en casa.
En el teatro había personas a las que la historia del videoclip no les resultaba ajena, porque han vivido situaciones parecidas en primera persona. Y quiero creer que por algunos instantes de esta canción, y del concierto, hubo verdaderos espacios de conexión entre las personas que estábamos reunidas en el teatro. La empatía, el conocer de cerca la realidad de otras historias de vida, es necesaria para el cambio y la transmutación.